Nuria salió de trabajar y se dirigió a su casa. Aprovechando que sus tres compañeros de piso estaban fuera, Nuria planeaba darse un baño, disfrutando de la soledad; que viviendo en un piso con tres personas más; muchas veces extrañaba y leer un libro que desde hacía varias días quería empezar. 

Al bajarse del autobus vio que alguien corria hacia la esquina de la calle paralela a la suya, le vio solo un momento antes de que desapareciera pero pudo ver que era un hombre que vestia de oscuro. 

Nuria aceleró el paso, desde hacia un tiempo se sentía incomoda cuando le tocaba andar sola por la calle de noche. Aunque había pasado más de un mes, aun recordaba el miedo que sintió cuando durante días fue consciente de que alguien la seguía. Quien quiera que fuera aquella persona, nunca se le había acercado y desapareció igual que llegó, sin hacer ruido. Sin embargo había causado una gran impresión en ella, que empezó a ser mucho más cuidadosa. No quiso contárselo a nadie, intentando así dejarlo para siempre en el olvido. 

A unos pasos de su casa volvió a sentir que alguien la seguía, se giró pero la calle estaba desierta. Llegó a la puerta de su casa, la abrió y entro, cerrando con llave tras de si. Solo entonces respiró aliviada. 

Una vez estuvo segura de que no había nadie en casa, y que sus compañeros no volverían hasta el día siguiente, empezó a preparar su velada. 

Se metió en la bañera y se sumergió en el agua, no llevaba ni cinco minutos cuando vio una sombra pasando por la puerta del baño. Intentó no darle importancia y relajarse, pero unos ruidos de pasos se lo impidieron, prestó atención intentando descubrir si aquellos ruidos provenían de la casa vecina.

Los ruidos fueron en aumento, y ahora Nuria estaba segura de que aquellos ruidos provenían de su propia casa. Pudo reconocer el ruido de los cajones de la cocina al abrirse, salió de la ducha y se envolvió en una toalla. Sin hacer ruido se dirigió a su cuarto y siguió escuchando.

Los pasos se movían ahora hacia su dirección, escuchó abrirse la puerta de la habitación que estaba junto a la suya, el crujir tan característico de la cama de Miguel, y voces que hablaba en susurros. Había varias personas en su casa.

La mente de Nuria voló hacia todas aquellas historias de miedo que había escuchando durante su vida, hacia todas las noticias que salían en la tele, de mujeres asesinadas mientras estaban solas en su casa. El miedo dio paso a un terror que casi la paralizaba, respiró profundamente, y se dirigió al segundo cajón de su cómoda, del que saco la pistola que había comprado hacia ya varias semanas. Nunca la había utilizada y siempre espero no tener que hacerlo, pero tenerla la hacia sentirse más segura. En aquel momento, el frío metal de la pistola la reconfortó. 

Volvió a concentrarse en los ruidos que seguían sonando en la habitación de al lado, los susurros habían parado, pero seguía escuchando los pasos que se movían cada vez más deprisa.

Miró hacia la pistola que tenía en sus manos y sintió como la adrenalina le recorría la sangre. Salió de su habitación y se dirigió al lugar de donde provenían aquellos ruidos.

El ruido aumentaba cuanto más se acercaba. Al llegar a la puerta, levantó la pistola, apuntó al frente y de un solo movimiento abrió la puerta. 

Los gritos de varias voces masculinas la asustaron tanto, que automáticamente cerró los ojos. 

La habitación se iluminó al mismo tiempo que sonaron aquellos gritos. En frente de Nuria estaban sus compañeros de piso acompañados por su padre, todos con una sonrisa burlona, la cual desapareció en cuanto se dieron cuenta de que Nuria los apuntaba con una pistola. 

Antes de que pudieran reaccionar, un sonido ensordecedor los paralizó a todos. Nuria, aterrada, y aun sin abrir los ojos había apretado el gatillo. Al abrirlos y ver la realidad de lo que estaba pasando se dio cuenta de que ya era demasiado tarde, su padre estaba tendido en el suelo con un agujero en el pecho del que no paraba de brotar sangre. 


Sin saber cuanto tiempo había pasado, Nuria se encontró en una ambulancia que recorría a toda prisa las calles de Londres. Su padre estaba tumbado en una camilla y varios médicos intentaban mantenerlo con vida.  

Por encima del ruido de las sirenas, y de las voces de los médicos, escuchó la voz de Miguel, uno de sus compañeros de piso, que le contaba como su padre había querido rememorar aquellas bromas que le gastaba de pequeña. 

Su mente volvió a aquellos momentos en los que aterrada corría a los brazos de su padre buscando protección y los dos reían mientras él le contaba como había organizado la broma. 

Sin embargo esta vez la fortuna les había jugado una broma macabra.


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